miércoles, 25 de julio de 2012

VIVIMOS TIEMPOS DIFÍCILES

Vivimos tiempos difíciles.

Las últimas medidas tomadas por los farsantes que ejercen el control del Estado nos acercan un poco más a la esclavitud total que el capitalismo tiene reservada para la mayoría de la población mundial, incluida nuestra sociedad occidental que se creía inmune a la depredación del sistema.

En los últimos años el “capitalismo amable” se ha revelado como una trampa mortal en la que la mayoría caímos sin mirar atrás. Ahora no tenemos excusa, vemos a diario cuál es la verdadera cara de todo esto. Nos escandalizamos al ver cómo pretenden que vivamos como trabajadores chinos, sin embargo durante años no nos ha importado vivir mejor a costa de ellos siempre pensando en lo bien que se vivía en nuestro pequeño paraíso de objetos inútiles pero baratos, que en nada enriquecían nuestro espíritu pero que nos llenaban el alma de un gozo estéril. Qué poco nos importaban esos millones de pequeños seres humanos que trabajaban innumerables horas cada día para que nosotros disfrutáramos del último modelo de zapatillas, o de los miles que se jugaban la vida a cada instante para que pudiéramos lucir el móvil más futurista. Ahora nos sorprendemos cuando vemos que uno de cada tres niños en nuestro país se acuesta sin cenar porque en su casa ya no pueden ofrecerle la comida suficiente. Nos parece mentira que un cuarto de la población española viva por debajo del umbral de la pobreza. Sin embargo, esa es la realidad. Parece que empezamos a tomar conciencia de lo que este sistema representa para los seres humanos: esclavitud, dolor y muerte. En el mejor de los casos, viviendo bajo ese “capitalismo amable” una vida carente de esperanzas y proyectos dedicada a vendernos a cambio de nuestro trabajo hasta el final de nuestros días.

Eso que llaman Estado democrático, de derecho y social, por fin, se nos ha revelado como el auténtico Estado dictatorial que es. Una tras otra las cartas se han ido levantando hasta dejar a la vista la cruda realidad que durante años hemos preferido ignorar: somos simple mercancía que consume y es consumida. Para ellos, no tenemos más valor que el que nos atribuyen como fuerza bruta (cuando es necesaria) y como consumidores del producto de la fuerza bruta de los demás. Cuando dejamos de tener ese valor simplemente nos condenan a desaparecer. Estos Estados democráticos nos tuvieron durante décadas engañados con su estado del bienestar que no era otra cosa que su manera de mantener sana a la masa trabajadora y su forma de adoctrinarla en las bondades de la sociedad de consumo. Cuando el objetivo se ha cumplido, cuando todo vestigio de revolución social ha sido extirpado han dado por finalizada esta fase y han iniciado un nuevo camino, el camino sin retorno que tan bien conocen dos terceras partes de la población mundial ya que lo han padecido desde tiempos inmemoriales.

Lo dijimos hace tiempo e insistimos, no es posible volver atrás. La solución no pasa por proyectos políticos, con sus estructuras altamente antidemocráticas, situados dentro del actual juego sistémico (ni proyectos mayoritarios ni minoritarios) que jamás se atreverán a romper las normas ni a atacar las raíces de este sistema tan injusto.

En el Estado Español tenemos infinitos ejemplos de opciones políticas que con diferentes máscaras sirven a los intereses del capital. No hay uno sólo, desde la rancia derecha del PP o UPyD hasta la supuesta izquierda radical como IU o Bildu, que no acaten a pies juntillas los dictados de los grandes jerifaltes del capitalismo. La peor parte, como siempre en estos casos, se la lleva esa supuesta “izquierda de verdad” (la derecha no engaña, va a lo que va y quien no lo quiera ver tiene un problema) que a la mínima que alcanzan un poco de poder pone su mejor cara de resignación y dice que tiene las manos atadas y que las circunstancias obligan. En fin, si la hipocresía fuera comestible podríamos alimentarnos todo el planeta sin problemas con esta pandilla de embaucadores.

Pero vamos a ser un poco honestos. Esto pasa aquí y en todas partes y es bien cierto que nada pueden hacer. Por supuesto, omiten decir que sería imposible seguir chupando del bote y hacer política a favor del pueblo y la libertad. Obviamente, ante la disyuntiva nadie se saca la teta de la boca y siguen jugando el papel que tienen asignado.

Decíamos que esta situación no es exclusiva del Estado Español. El capitalismo controla el juego político a su antojo como vimos en Grecia e Italia cuando decidieron imponer directamente a sus Gobiernos. Incluso se permiten el lujo de, ante la supuesta amenaza que representaba Syriza (“la izquierda radical” según repetían machaconamente todos los medios de desinformación) que no era más que una amalgama de la izquierda socialdemócrata y varios colectivos antiglobalización, de poner en marcha su maquinaria de control social para asegurarse el resultado más conveniente.

Por tanto, no cabe más que pensar que la salida de esta situación no pasa por la política oficialista que como mucho pondrá todas las tiritas que pueda para aminorar la hemorragia sin decidirse jamás a atacar la causa de la enfermedad.

La salida pasa por nuevas formas de organización y participación, en la que todo el mundo pueda (y lo haga) implicarse de manera directa. También pasa por romper esas cadenas mentales que nos unen a un modelo de vida, el capitalista, que no se corresponde con la esencia humana ni con nuestro lugar dentro de ese todo llamado Tierra. Pasa por recuperar la fe en nuestra propia potencia creadora y en aunar esfuerzos con el resto.

En definitiva pasa por creer de verdad que ese otro mundo es posible y por desear que ese otro mundo sea una realidad. A partir de ahí, hay que obrar en consecuencia (a cada cual su historia personal, su conciencia político-social,… le hará seguir su camino en ese obrar en consecuencia) y, sobre todo, no desfallecer jamás.
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lunes, 9 de julio de 2012

MENTES PRECARIAS*

* Una de las acepciones de precaria: que sólo es poseída como préstamo y a voluntad del dueño.

El desarrollo voraz del sistema capitalista y de su maquinaria de adiestramiento ha permitido alcanzar un nuevo estadio en la evolución de la mente humana, sobre todo en la llamada sociedad occidental: la mente precaria.

La mente precaria, a diferencia del resto, no se rige por la acumulación de experiencias, ni por el descubrimiento de patrones formales, ni por relaciones causales, ni por ningún otro parámetro habido o por haber. Se rige por las órdenes directas de su amo, quien en su infinita bondad le cede espacios de autonomía para dirigir los aspectos más básicos del día a día del cuerpo que le da cobijo, pero nada más.

Es decir, una “gran mente” (o el conjunto de los dominadores del mundo) rige a millones de mentes precarias (o la inmensa mayoría de los dominados) que vivimos en la más absoluta ignorancia con respecto a este hecho.


Hay que reconocerle cierto mérito a este sistema criminal. Aunque tengas todos los medios a tu alcance no es fácil conseguir este nivel de efectividad. Requiere de mucho tiempo y esfuerzo dedicado a manipular y adoctrinar generaciones enteras de mentes para alcanzar esta generalización de la precariedad mental. Ha sido necesario desplegar todos los tentáculos de una maquinaria infernal llamada capitalismo, al igual que ha sido imprescindible el soporte logístico ofrecido por su necesario aliado el Estado.

Alcanzar tan rotundo éxito sólo ha sido posible al situar en el centro de esta maquinaria al sistema educativo (convertido en obligatorio por el bien de la humanidad) desplazando a un segundo plano a la, hasta hace poco, estrella del amaestramiento de fieras: el sistema represivo (judicial, policial y penitenciario) que, no por ello, ha perdido su vigencia y su importancia sino que, simplemente, ha pasado a ser el plan B por si falla la educación de las mentes.

Sin duda, estos dos sistemas son el eje fundamental en el que se basa la precarización de la mente actual.
 

Si imaginamos la mente precaria como uno de esos adosados exactamente igual a los tropecientos que le rodean formando una urbanización (o sistema), tenemos que los pilares centrales encargados de aguantar la mayor parte del peso los forma el sistema educativo. Durante décadas, millones de personas hemos pasado por este filtro encargado de modelarnos y adecuarnos a las necesidades de cada momento histórico. La misma introducción de este sistema responde a la necesidad de producir en serie combustible humano para alimentar el engranaje de la recién llegada sociedad industrial. Desde ese mismo instante se vislumbró el potencial de la educación estatal y de la imperante necesidad de universalizarla. Esta necesidad se ha visto colmada independientemente del tipo de régimen político instaurado y de la supuesta orientación ideológica del mismo. En todos estos lugares el sistema escolar tiene un objetivo primordial más o menos oculto: transmitir y asegurar la asimilación de una necesidad de ser enseñados.

De esta forma se consigue que las personas nos desentendamos de la responsabilidad de nuestro propio desarrollo, allanando de esta manera el camino a la precarización de las mentes. Junto a esta enseñanza, también nos inicia en una sociedad en la que todo (valores, capacidades, necesidades, realidades…) es susceptible de ser producido y medido. Esto nos lleva irremediablemente a la aceptación de toda clase de clasificaciones jerárquicas, incluso a dar por válida y natural una sociedad estratificada en la que tu posición depende de valores totalmente mesurables. La escuela nos instruye para ocupar el lugar que el poder nos tiene reservado dentro de nuestro sistema social y para saber aceptar que esa posición no depende de cada uno de nosotros sino que está en función de una serie de parámetros (económicos, étnicos, origen social,…) que la “gran mente” se encarga de medir y catalogar.
 

Junto a estos pilares centrales de los que hablábamos tenemos toda una serie de tabiques que compartimentan nuestra mente precaria y que conforman esa sociedad para la que nos prepara la escuela: la sociedad de consumo. Vivimos en un sistema en que la capacidad de consumir/devorar (perfectamente medible) nos hace más o menos valiosos. Es nuestra obligación mantener a toda costa nuestro nivel de consumo si no queremos vernos degradados socialmente. Esto sólo es posible si somos poseedores de una mente precaria que nos impide vislumbrar tan siquiera el sadismo de este tipo de organización social. El consumo desaforado que ayudamos a mantener a cada paso sólo es posible a costa de la vida de millones de seres humanos, a fuerza de reducir a la condición de esclavitud a gran parte de la población mundial y a estar a punto de llegar a la meta en la absurda y desastrosa carrera por la destrucción del planeta.


Para mantenernos dentro de este terrible modelo social tenemos las paredes exteriores del adosado (es preciso señalar lo bien que la palabra adosado describe el concepto de mente precaria como algo no natural). Estos muros de contención están formados por el sistema represivo en que se basa todo Estado-Sistema (policial/militar, judicial y penitenciario). Nuestras vidas se rigen por unas leyes ajenas a nosotros, diseñadas y puestas en marcha por esa “gran mente” que nos domina precisamente para asegurar su control. Todo el sistema represivo está diseñado para impedir cualquier intento de subvertir el orden establecido y para asegurar que la distribución de los recursos en su totalidad se hace en la dirección correcta). Pero la élite dominante no se conforma con eso. Nuevamente, a través de la precarización de las mentes ha logrado que la inmensa mayoría esté totalmente de acuerdo con el sistema y esté dispuesta a apoyarlo hasta las últimas consecuencias. Nadie cuestiona la existencia de un ejército que tiene la potestad de tomar el mando de la situación en cuanto lo estime oportuno. No existe ninguna duda acerca de que los cuerpos policiales deben existir porque, al parecer, todos somos unos desalmados y necesitamos a alguien que se nos controle y nos reprima. Qué decir de las cárceles, vendidas como centros de reinserción (nunca he comprendido el significado de esto) pero cuyo principal objetivo es mantener recluido a cualquiera que sobre en este sistema (por su condición social, su manera de pensar, su origen étnico,…). Lo que es innegable, es que estos muros exteriores se van mejorando a cada minuto que pasa, haciendo de la mente precaria una fortaleza casi indestructible.


Por último y como es sabido, los adosados (mentes precarias) suelen formar parte de urbanizaciones (grupos sociales). Aquí entra en juego el último elemento de la jugada maestra de la “gran mente”, los jardines que embellecen y mantienen unidos a todos los elementos del grupo social. Estos jardines están formados por los medios de desinformación masiva y por la industria del entretenimiento. Estas dos vertientes se conjugan perfectamente creando todo un mundo de apariencias en el que vive la mente precaria. Nos suministran la información precisa para hacernos ver lo afortunados que somos, y lo mal que podríamos llegar a estar si se produjera cualquier alteración del orden establecido. Nos ayudan a crear una identidad colectiva (reforzada por la industria del entretenimiento) mostrándonos a los nuestros y marcándonos a nuestros enemigos. Este doble sistema (desinformación y entretenimiento) hace que las mentes precarias ocupen toda su capacidad en espejismos y cortinas de humo (no sea caso que todo lo descrito anteriormente haya dejado el mínimo resquicio a la capacidad crítica que se nos presupone a los seres humanos) y las mantiene en una falsa actividad durante toda su existencia.


El plan es absolutamente genial pero, como todos los grandes planes, no es infalible. La clave es ir al origen, a los cimientos de la mente precaria y no desperdiciar energías en luchas estériles por podar el jardín o cambiar el color de los muros.

El principio del fin de esta dominación pasa por romper con el sistema educativo (de adiestramiento), con sus enseñanzas sobre todo las ocultas. Pasa por recuperar el control en nuestro proceso de autoconstrucción como seres humanos y en poner en primer plano la libertad en todos sus ámbitos. También pasa por reconocernos como iguales pero no en la precariedad mental sino en la potencialidad de construir nuevos cimientos que todos poseemos.

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