jueves, 24 de abril de 2014

EL ENEMIGO A ABATIR



Bajo este título caben multitud de propuestas, seguro que la mayoría podríamos hacer una lista más o menos larga en función de creencias o teorías que hemos ido desarrollando con el tiempo. Sin embargo, este texto quiere centrarse en unos enemigos menos aparentes y, por tanto, mucho más difíciles de identificar y combatir. Se trata de atacar aspectos que están muy relacionados con la incapacidad de cambio del sujeto actual.

Concretamente quiero referirme a dos conceptos muy relacionados entre sí y que forman parte del eje troncal de la construcción del ser humano actual, sobre todo el amamantado por la llamada cultura occidental: la inmediatez y la nula tolerancia a la frustración.

Durante las últimas décadas la inmediatez (el aquí y el ahora) se ha ido adueñando de nuestras vidas sin que apenas nos hayamos dado cuenta. Por supuesto, esto no ha ocurrido de forma casual si no que forma parte de una concepción mucho más amplia diseñada para convertir a las personas en meros autómatas que se dedican a pasar por la vida sin más aspiración que la de sufrir lo menos posible. Poco a poco todos los ámbitos de la vida se han ido transformando y donde antes había solidez y los tiempos eran de larga duración, ahora todo debe ser instantáneo, inmediato. De lo contrario, pierde rápidamente su “valor” y no es deseable ya; convirtiéndolo en desechable (así, de este modo, aceptamos de pleno el pensamiento dominante que convierte todo en “productos de usar y tirar”, hasta la vida).

Desde bien pequeños lo inmediato se ha convertido en la medida del tiempo en que se basa nuestra vida. Esto ha sido imprescindible para consolidar el modelo social instaurado que nos ha transformado en mano de obra semiesclava y/o consumidores. La llamada sociedad de consumo precisa de la inmediatez en la producción para poder vender más y más independientemente de las necesidades reales que tengamos. Para ello no sólo requiere de la creación de necesidades ficticias (en las que pone todo su empeño a través de la publicidad y la industria del ocio) también necesita que no podamos esperar a la hora de satisfacer esas necesidades creadas para poder mantener ese ritmo infernal que tanto beneficio económico da a unos pocos a cambio de la destrucción absoluta de todo lo que nos rodea. Pero el poder sabe que esto no es suficiente, la sociedad de consumo es tan sólo un argumento más dentro de la dinámica de dominación. Ese modelo terminará tarde o temprano por eso necesita más y para variar lo está consiguiendo.
Nos han introducido la inmediatez en el centro de nuestra forma de vida, todo, absolutamente todo debe ser realizado sin demora y también todo resultado debe ser obtenido de forma automática al completar la misión encomendada. Esto es más importante de lo que pueda parecer a primera vista, han conseguido mecanizar absolutamente nuestras vidas de tal forma que apenas quedan rastros perceptibles de la esencia humana. Donde deberían existir capacidades y esfuerzo para gozar y construir la vida sólo hay ansiedad y desesperación por conseguir y poseer supuestos bienes que tan sólo sirven para enmascarar una falta absoluta de interés por el desarrollo de un proyecto vital coherente y realmente ilusionante.

Vivimos bajo el prisma de una lógica que considera como argumentaciones válidas e imprescindibles la priorización de lo material sobre lo intangible, poniendo en primer plano la satisfacción del cuerpo frente a la del espíritu (sin necesidad de que este término tenga ninguna connotación religiosa). De esta cuestión parece lógico extraer una conclusión bastante simple pero demoledora para todos aquellos que de una forma u otra aspiramos a formar parte del cambio, de la revolución o como queramos llamar a la imprescindible nueva forma de habitar y relacionarnos con el planeta del que formamos parte. Un ser humano construido bajo la ley de lo inmediato y con una mínima capacidad de resistencia frente a la adversidad, está condenado a no formar parte de una verdadera revolución (a lo sumo, pequeñas revueltas que puedan acabar en ligeras reformas y lavados de cara pero sin nada de sustancial en ellas). El sacrificio y el esfuerzo que supondría un verdadero cambio está fuera del alcance de este sujeto. Dirigido por la satisfacción inmediata de sus deseos que confunde con sus necesidades no tiene la fuerza moral suficiente para postergar la obtención de aquello que desea más allá de lo que dura un suspiro y mucho menos está dispuesto a arriesgar aquello que cree poseer y que le hace tan aparentemente feliz (aparentemente porque en realidad una vez obtenido lo deseado, esto pasa a convertirse en una fuente de insatisfacción permanente hasta que se consigue sustituirlo por algo que se valora como mejor) para obtener ese otro mundo posible y necesario sin explotación ni dominación. Pero esto no es posible en nuestra sociedad actual, donde para soportar esta inmediatez y huir de la frustración que lleva asociada vivimos totalmente alucinados con la esperanza de alcanzar unos referentes sociales que los medios de comunicación nos inyectan a cada momento sin compasión, donde necesitamos vivir drogados (perdón, quise decir medicados) para no ser plenamente conscientes del dolor que causamos y nos causa una vida basada en el vacío, en la ausencia total y absoluta de ideales universales en los que de verdad basar una existencia cada vez más cercana a la felicidad.

La rotura de lo apremiante de este modelo vital es necesaria para establecer una base sólida desde donde crear una existencia nueva. Soy consciente de que las circunstancias actuales apremian, sin embargo no más que a lo largo de siglos de dominación y esclavitud sufrida por millones de seres humanos. No hay que caer en su trampa, la revolución no puede ni debe ser inmediata, el que venda eso miente (y lo que es peor, seguramente sabe que miente) Esto no quiere decir que no hay nada que hacer, más bien al contrario el trabajo es inmenso y de largo recorrido. Por eso es imprescindible aprender a tratar con la frustración que provoca lo inmediato. Si tenemos clara esta premisa nada podrá detenernos.
 

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viernes, 4 de abril de 2014

Y TÚ, ¿QUÉ ERES?

Una pregunta sencilla que seguramente nos han formulado muchas veces y otras tantas hemos realizado a otras personas.
Desde luego, la pregunta no está lanzada ni elegida al azar. Responde a la necesidad (ampliamente fomentada desde el poder para usarla en beneficio propio, por supuesto) de clasificar y etiquetar que tenemos las personas, a la inevitable catalogación y conceptualización que hacemos de todo lo que nos rodea y nos sucede.
Las respuestas más habituales a esta preguntan encierran en sí mismas la esencia del modelo de opresión que domina la vida de la inmensa mayoría de los seres humanos. Por supuesto, esta afirmación no está basada en ningún estudio científico sino más bien está fundamentada en la observación directa de mi entorno y en innumerables conversaciones con personas de muy diversas zonas del planeta.
A priori, parece una pregunta muy abierta donde se pueden dar infinitud de respuestas. Es más, lo más lógico parecería ser que fuera una contestación amplia debido al carácter multidimensional del ser humano. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La respuesta suele ser simple y concisa. Está respuesta tiene dos opciones:
  1. La primera opción y tal vez la más habitual va referida a qué nos dedicamos (en general de qué trabajamos) o en su defecto qué estudios tenemos. Es decir, alguien te pregunta ¿tú qué eres? Y la respuesta es algo así como: ¿yo? Camarero o ¿yo? Profesora. Esta respuesta nos surge de una manera natural sin tener siquiera que planteárnosla ni un segundo, y da una clara muestra del nivel de adoctrinamiento al que el poder nos tiene sometidos.
    Con el paso de los años se ha conseguido una identificación tal entre la vida del ser humano y la obtención del dinero necesario para vivir (no olvidemos nunca que el dinero ni se come, ni se bebe, ni se respira) que como lógica consecuencia aparece este tipo de respuesta que estamos comentando. Sin duda, éste es uno de los mayores logros del capitalismo (si no el mayor). Muchas veces cuando hablamos de sistema opresor tendemos a pensar en la represión de la protesta, en la falta de libertad de expresión,… sin embargo la mayor opresión consiste en reducir la esencia humana a la mínima expresión gracias a esta dependencia que obliga a vivir permanentemente pendientes de obtener ese pasaporte hacia la supervivencia que es el dinero. La anulación absoluta del raciocinio humano nos conduce sin solución de continuidad a adoptar una mentalidad de esclavos que nos lleva a aceptar el papel que el sistema nos tiene reservado y que en la zona del planeta en la que habito no es otro que el de mano de obra barata y prescindible. Por tanto, la lógica capitalista de la que debemos alejarnos tanto como nos sea posible (lucha ésta bastante dura y sobre todo de largo recorrido debido a nuestra inmersión absoluta en ella) nos hace pensar que nuestra identidad es equiparable al trabajo que hacemos para el sistema, como decía mentalidad de esclavo.

  2. La segunda opción de respuesta nos lleva hacia otro territorio más que fértil para la manipulación y el control. La segunda opción se refiere a de dónde somos, bien sea el país, la región o como quiera llamarse.
La identificación con la Patria ha sido históricamente uno de los grandes recursos que ha usado el poder para controlar y manejar a su antojo a las personas. La exaltación de lo propio, de lo cercano frente al otro, al extranjero ha servido siempre para camuflar los momentos de debilidad de la autoridad, aquellos en los que su autoridad era cuestionada y su supuesta superioridad moral perdía credibilidad a marchas forzadas.
Este sentimiento de pertenencia es exaltado de tal manera que llega a conducir a situaciones tan absurdas como devastadores tales como las guerras, donde por el simple hecho de que alguien diga que tal o cual es el enemigo (por supuesto fundamentado en la creencia de que no es como nosotros, no es de los nuestros) millones de vidas humanas quedan segadas, devastadas por la más absoluta ignorancia de aquellos que deciden identificarse y responder a la pregunta y tú ¿qué eres? Con un yo soy español (pongamos por caso) y como tal daré mi vida si es necesario mientras los que le hacen la pregunta no dejan de reír frotándose las manos pensando en cuánto ganarán por cada vida perdida tan miserablemente.

Estas dos respuestas llevan aparejadas una carga de profundidad labrada tras muchísimos años de dominación en los que vemos cómo la complejidad humana ha quedado reducida a dos simples premisas: la obtención del sustento necesario para vivir y la predisposición al sacrificio por defender “lo nuestro” frente al “otro”. Así de simples es como el poder nos quiere, en una condición de inferioridad tal, en una inmadurez absoluta que no nos deja desarrollar todo el potencial tanto individual como colectivo que se nos presupone y que sabemos que tenemos. No es casualidad que estas dos líneas de respuesta con la que solemos definirnos coincidan con los ejes fundamentales de las políticas de los partidos en toda la supuesta amplitud de la democracia parlamentaria. Los que se definen como partidos de izquierda centran su discurso en el trabajo, concretamente en esa doble falsedad del derecho al trabajo (es doble porque ni existe ese derecho tal y como ellos lo definen, ni es un derecho como tal sino que en este mundo mercantilizado es más bien una obligación para subsistir) y, por tanto, les viene de maravilla que nos identifiquemos con nuestro trabajo. A los que se definen de derechas, el discurso de patrioteros (aunque sus políticas económicas digan lo contrario) es su santo y seña y no dudan en agitarlo (como sucede en los últimos tiempos por parte de la derecha española y la catalana) a la que necesitan desviar la atención del personal de los asuntos que realmente les afectan con contundencia en su día a día. Así pues, la segunda línea de identificación es totalmente útil al sistema.
Ambas líneas se nos inculcan con múltiples métodos, en mi opinión muy eficaces y que van desde la inoculación de una verdad absoluta que dice que sólo se es útil en la vida si se contribuye con el trabajo a la sociedad (traducido vendría a ser que sólo servimos para dejarnos hasta la última gota de sangre para que unos pocos sigan viviendo a todo trapo) hasta el papel de eso que se ha llamado agentes y representantes de la sociedad civil (aquí cabe de todo, desde un gerifalte de sindicato hasta un futbolista de la selección) que nos hacen creer que todo sacrificio es poco por el bien del país.
Sin ser demasiado conscientes de ello reducimos nuestra experiencia humana a la mínima expresión (defender de dónde somos y cómo conseguimos las migajas con las que nos alimentamos) y nos negamos la posibilidad de experimentar, sentir y realmente vivir todo aquello que está a nuestro alcance pero que nos negamos a ver. No es posible que, con la enormidad que supone la experiencia vital de cada ser humano, no seamos capaces de hacer una definición de nosotros mismos mucho más amplia y variada. Personalmente, creo que esto deja muy a las claras lo podrido que está todo este sistema social en el que vivimos y bajo el que sólo somos mercancía con “periodo de utilidad” cada vez más reducido. Es necesario redescubrirnos y redescubrir a los demás, mirar de frente a los miedos y averiguar si son nuestros o nos los han impuesto como una sentencia de muerte anunciada.

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